19 enero, 2006

Masonería y jazz

Entrevista imposible con Duke Ellington.
Miguel Valls.


Yo compuse bastantes piezas de música sacra, muy poco conocidas en comparación con mi música digamos popular. Son las que hice con exactamente ese propósito, con mucha inspiración en el góspel, en los llamados espirituales negros y en el jazz que se hacía en Nueva Orleans. Mis referentes culturales. Pero para conseguir ese estado capaz de
elevarte, es la disposición y la actitud lo que cuenta primero, el tema musical es secundario.



Explíquese
Muchas escuelas gnósticas incorporan la audición musical a sus ejercicios y llevan siglos estudiando, practicando y avanzando en ese terreno concreto. Le daré, si me lo permite, la explicación de Javad Nurbakhsh, un maestro sufí de la orden Nematolláhi: Para los sufíes, samá es escuchar con el oído del corazón versos y melodías armoniosas en el estado de rapto y de alejamiento de uno mismo. El samá, la audición, es la llamada de Dios, y su efecto, el despertar del corazón y el enfoque de su atención en el Amado. El sufí, el oyente, en el estado de samá, da la espalda a ambos mundos, y en el fuego del Amor lo quema todo, excepto al único ser real, a Dios. El samá aviva la llama del amor y poco a poco acerca a aquél que habla y al oyente, hasta tal punto que se convierten en uno solo. El mundo angélico es el mundo de la armonía y de la belleza. Y donde hay hermosura y hay belleza, hay armonía. O mejor dicho: todo lo que tiene ritmo, o medida, y simetría tiene la nota de la armonía y, por tanto, es reflejo del mundo angélico. Por eso, el samá conduce a ese elevado dominio, liberando de obstáculos el camino para el enamorado sincero.

No me diga que los sufis tocaban jazz
No. El jazz lo inventó Bach, otro masón. Hasta Bach, la música se componía de una melodía y una armonía que le daba soporte. Bach inventó la fuga, o formas diferentes de interpretar la misma melodía sobre la misma base armónica. Eso es jazz. Lo que los sufis trajeron de oriente en el siglo VIII es la música pop, tal como la entendemos hoy. Las canciones de amor en lenguaje sencillo, canciones de amor a Dios, de un amor intenso, romántico, expresado en términos que odrían interpretarse también como de amor entre un galán y su dama. Los trobadores medievales tienen su origen en aquellos tocadores de truba, el laúd oriental con que se acompañaban los místicos musulmanes andantes. Hasta el txistulari vasco, con su flauta y su tambor, vestido de blanco y rojo coincide con los hábitos de los adeptos a la orden Chisti de sufíes. La música no es de nadie, ni de un tiempo ni de un lugar: es de todos, uno de los bienes verdaderamente universales que poseemos.

¿Tan importante es?
Tanto que nacemos con ella. Fíjese en el ritmo con que hablan las personas. Y fíjese cómo el que está interesado escucha y se adapta a ese mismo ritmo. Un ritmo que podría medirse perfectamente con cronómetro. Cuando dos o más personas están de acuerdo, participan del mismo ritmo, se sincronizan automáticamente, como las células del corazón. Los estudiosos del lenguaje no verbal lo saben bien desde los años ‘70. Por eso las parejas se conocen con música de fondo, porque el ritmo exterior les ayuda a sincronizarse con él y entre sí, a comunicarse y sentirse parte de una misma armonía. Por eso los samá se hacen en grupo. Por eso los soldados marchan a un mismo ritmo. Por lo mismo que se corean consignas rítmicas en las manifestaciones, o en los espectáculos deportivos. El ritmo, la simetría, es la columna de la música. El ritmo es necesario para la vida.

¿Las letras tendrían que hablar del
amor a Dios?

No necesariamente. Le puedo recitar una, muy masónica, que no menciona ni al Uno ni a lo otro.

Cuente y no pare.
Abróchate y coje tu sombrero / Deja tus preocupaciones en la puerta / Y dirige tus pasos a la parte donde luce el sol / ¿Puedes oir ese ritmo? / Es la feliz melodía de tus pasos / La vida es más dulce / en la parte donde luce el sol / Antes caminaba por las sombras / junto al desfile de tristezas / pero ahora no tengo miedo / de que la vanidad se me eche encima / Aunque no tenga un céntimo / seré rico como el que más / con polvo de oro en los pies / en la parte donde luce el sol. ¿Qué le parece?

Pues muy bonita. Y muy simbólica, la verdad. ¿Es sufí?
Pues no. Realmente le he hecho algo de trampa. La letra es de Dorothy Fields y la música de Jimmy McHugh, de 1930. Se llama On the sunny side of the street -o En el lado soleado de la calle- y es uno de los standards de jazz más conocidos. Pero quería significarle cómo una buena canción, si se concentra en escucharla con los oídos del corazón, le puede llegar allí, recordarle lo verdaderamente importante y ayudar a su espíritu. He retocado algo la traducción, pero es prácticamente literal. Louis Armstrong la cantaba como nadie.

La recuerdo perfectamente. Un pedazo de canción. Nunca había visto la letra de ese modo. ¿Son frecuentes canciones así?
Hombre, depende, claro está. Casi todos los grandes temas del jazz tienen letras magníficas. Irving Berlin, también iniciado masón y uno de los mejores compositores de todos los tiempos, componía la música y las letras de sus canciones. Y no hay ninguna baladí. Otro de los grandes, George Gershwin, era también masón. Su hermano, Ira Gershwin, fue también un magnífico letrista. Y las letras de las canciones de Nat King Cole, también iniciado masón, son todas intachables, y siguen siendo hermosas canciones y éxitos populares.

Con todos esos que me nombra podría
haber montado una logia completa
Desde su Independencia, en los Estados Unidos la masonería ha gozado de un gran prestigio social, es una organización numerosa y muchos hombres de todas las condiciones han acudido allí para formarse. Incluyendo músicos. Tuve la oportunidad de conocer y tocar con muchos de ellos.

Con Louis Armstron, por ejemplo.
Loui nunca dijo que fuese masón. Y hay tantos que dicen que lo fue como que no. Y si él, caso de serlo, no quiso revelar su condición, estaba en su derecho y yo en la obligación de respetarlo.

Bueno, pues dígame de alguno que notuviese tanto reparo.
Había muchos. Mi amigo Bill, por ejemplo. Bill, William Basie. A él le llamaban Count Basie, el conde Basie, porque era todo un aristócrata del ritmo. Y a mí duque, Duke Ellington, aunque mi nombre era Edward. Hubo una época increíble en que nuestras orquestas tocaban en el salón de baile del Savoy, en el Harlem de Nueva York, cada una en un extremo de la pista. El duque y el conde tocando juntos. Primero uno, luego otro, a veces juntos, sin parar de tocar ni de bailar durante horas –antes no había diskjockeys–. Era espectacular. Trabajábamos duro, pero no sé quién se lo pasaba mejor, si los músicos o los clientes. Fue una época fantástica. La música nos hacía felices.

Me recomienda usted la música, vaya.
Sin duda, aunque no cualquier música indiscriminadamente. Le recomiendo que busque cuál es la música adecuada para cada caso, la que le va bien a usted en cada momento. Hay notas musicales concretas asociadas a cada uno de los chakras, y cada cual tiene su función. Los pitagóricos ya estudiaron el tema hace 2500 años y tienen mucho dicho. Fueron quienes pusieron nombre a los modos y a las escalas (jónica, dórica, misolidia, locria...), nombres que se siguen usando hoy. Y aunque creo que fue Aristóteles quien desaconsejaba según qué tipos de armonía para la educación de los jóvenes, sigo creyendo que es cuestión de calidad. Hay rap pésimo y rap magnífico. No es el estilo, es la calidad de la pieza, el momento oportuno y la actitud de escucha. Y ser o no masón no es la cuestión. Lo importante es tener algo que decir y expresarlodel modo más atractivo posible. Fondo y forma. Pero el árbol mal cuidado no es el que da mejores frutos. Recuerde el aforismo de Cervantes: la naturaleza tiene por norma que cada cosa engendre su semejante.




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