25 abril, 2006

La Masonería

José Antonio Ferrer Benimeli

La Masonería


La Masonería ante la historia

La masonería es un fenómeno histórico que está presente constantemente a lo largo de estos tres últimos siglos. Y, sin embargo, pocos temas, incluso hoy día, se manifiestan tan polémicos y controvertidos. Es curioso constatar que cuando aparece en una conversación, tertulia o conferencia, la reacción inmediata es una toma de posición en no pocos casos apasionada. Ya en 1923, en la revista masónica española Latomía, acusaban este defecto y afirmaban que si los ataques eran triviales, las apologías no pasaban de medianas. De ahí que ante la falta de una auténtica historia de la masonería, pedían que se prescindiera de afirmaciones dudosas y de hechos incomprobados una historia descargada de mitos y limpia de tesis aventuradas, y sobre todo escrita con verdad.

Lo cierto es que hasta hace poco, la masonería era algo que se desconocía en España, aunque se hablaba mucho de ella. El famoso «contubernio judeo-masónico-comunista» llegó a hacerse familiar, si bien muy pocos sabían de hecho lo que significaba o intentaba camuflar. La masonería se había convertido en un recurso fácil sobre el que echar la culpa de todo lo malo, tanto en el terreno político, como en el religioso, social, e incluso histórico.

Hoy día —y en especial desde la creación del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, con sede en la Universidad de Zaragoza— ya empiezan a ser numerosas las publicaciones que se ocupan con criterio histórico y objetivo de esta asociación más discreta que secreta, a pesar de que la Real Academia de la Lengua la haya definido en 1979 como una «asociación secreta de personas que profesan principios de fraternidad mutua, usan emblemas y signos especiales y se agrupan en entidades llamadas logias», definición que vino a sustituir la que —quizá excesivamente simplista — se recogía en el Diccionario de la misma Real Academia, donde la masonería se definía como una «asociación Secreta en que se usan varios símbolos tomados de la albañilería, como escuadras, niveles, etc.».

Pero. ¿es en realidad secreta?. ¿su fraternidad es exclusiva?. ¿cuál es la ideología o el credo masónico? Y, sobre todo, ¿cuál su verdadero impacto en nuestra historia?, ¿hasta dónde llega el mito, y dónde empieza la realidad? Se habla poco de la masonería medieval operativa, constructora de catedrales. y se ha novelado demasiado sobre la nueva masonería especulativa o filosófica nacida en 1717. Se insiste mucho en el anticlericalismo masónico y a veces se olvida el antimasonismo clerical. Se repite hasta la saciedad la vinculación masónica de los próceres de la independencia de la América española, en especial la de Bolívar, olvidando que en 1828 el mismo Bolívar prohibió la masonería en Bogotá. Se confunden logias patrióticas, o si se prefiere se identifican las sociedades patrióticas con las sociedades secretas y a éstas, sin más, con la masonería. Se ha equiparado la masonería con el comunismo, cuando, hasta la reciente perestroika, los únicos países donde estaba prohibida y perseguida la masonería eran precisamente los comunistas.

Nos movemos, pues, en un terreno polémico y resbaladizo, en muchos casos por hacer, donde los datos y las contradicciones son frecuentes tanto en los apologistas de la masonería como en sus detractores. La masonería, que cuenta hoy en todo el mundo con más de cinco millones de miembros, a la que han pertenecido y pertenecen grandes figuras del campo de la historia mundial, de la milicia, de la política, de la ciencia, etc., sigue siendo en gran medida algo desconocido y misterioso —cuando no tenebroso para el gran público. Frente a una asociación iniciática, filantrópica y cultural, conocida y respetada en no pocas naciones como Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Australia, Holanda, Alemania, Suecia, etc., donde son públicos sus miembros y sus obras, en otros países más típicamente latinos la sola palabra masonería ya es casi sinónimo de mal o insulto. Viene a ser una materialización de los poderes de las tinieblas, algo demoníaco e infernal.

La masonería no es un partido político, ni un sindicato; tampoco es una religión, ni una secta, y ni siquiera es, en la actualidad, una sociedad secreta, aunque, naturalmente, tenga sus secretos como cualquier otra institución. Por supuesto, tampoco tiene nada que ver con toda esa serie de leyendas con las que en algunos países, como el nuestro, se la ha rodeado.

Las páginas que siguen pretenden acercamos a esta parte de la historia, no por ignorada menos interesante y real.

1. Orígenes medievales de la masonería

Si nos atuviéramos a lo que ciertos escritores han dicho sobre el particular, nos encontraríamos con más de cuarenta opiniones diversas sobre el origen de la masonería. Desde las que hacen fundadores de la misma a Adán, Noé, Enoch, Moisés, Julio César, Alejandro Magno, Jesucristo, Zoroastro, Confucio, etc., hasta los que atribuyen dicha paternidad a los jesuitas, rosa-cruces, templarios, judíos..., pasando por los magos, maniqueos, albigenses, esenios, terapeutas, etc.

Sin embargo la realidad, y en este caso la verdadera historia, es mucho más sencilla. Las sociedades del orden que sea, religiosas, políticas, profesionales, económicas o comerciales. Observaban antaño un ritual durante sus reuniones tenían símbolos, programas y palabras de orden o contraseñas. En la Antigüedad, desde la Edad Media, normalmente lo que se aprendía se tenía escondido. Así se comprende por qué era tan difícil, si no imposible, pasar de una clase a otra, o incluso cambiar de oficio. Estas asociaciones o sociedades correspondían a grupos

o categorías sociales, y unos y otras, por interés o por miedo, solían guardar celosamente sus secretos. Asociaciones semejantes se formaron en todos los cuerpos de oficios. Y asociaciones de este tipo han existido siempre, y siguen existiendo en nuestros días, con gran variedad de colores, matices e ideologías, tanto políticas como religiosas.

1. Los constructores de catedrales y la logia

Pero pocos gremios del Medievo tuvieron tanto influjo y repercusión en la historia posterior como el de los constructores, hoy día señalado de forma inequívoca como originario de aquella masonería operativa, que posteriormente, a comienzos del siglo XVIII, daría paso a la actual masonería especulativa, tan distinta en sus fines, pero tan igual en sus ritos y ceremonias de iniciación, en su nomenclatura y organización.

El gremio de los albañiles era uno de los mejor organizados y más exclusivos de la Edad Media. Alcanzar el puesto de maestro albañil equivalía a convertirse en una de las figuras más importantes del país. En Europa existió en varias formas una organización sumamente desarrollada de este oficio.

En sus orígenes, la logia parece haber servido para designar a la vez un lugar geográfico y un tipo de organización. Es decir, por una parte, el lugar donde los obreros trabajaban, descansaban y comían, y por otra, bien el grupo de masones que trabajaban en una obra concreta o el conjunto de masones de una ciudad.

La logia era un obrador y un refugio y, en ocasiones, podía ser incluso un edificio permanente. De ordinario era una casa de madera o piedra donde los obreros trabajaban al abrigo de la intemperie, pudiendo contener de doce a veinte canteros. En realidad, desde el punto de vista laboral, era una oficina de trabajo provista de mesas o tableros de dibujo, en la que había un suelo de yeso para trazar los detalles de la obra. Desde el punto de vista administrativo, la logia era también un tribunal, en el que el grupo de hombres que en ella se reunía estaba bajo la autoridad del maestro albañil, quien mantenía la disciplina y aplicaba las normas del oficio de la arquitectura.

La construcción de grandes edificios públicos establecía vínculos de estrecha relación entre los artistas y los operarios durante el largo lapso de tiempo en que habían de convivir. Y así surgía una comunidad de aspiraciones estable y un orden necesario por medio de una subordinación completa e indiscutible. La cofradía de los canteros estaba formada por aquellos operarios hábiles que abarcaban, por una parte, los obreros encargados de pulimentar los bloques cúbicos y. por otra, los artistas que los tallaban y los maestros que eran los que dibujaban los planos.

Allí donde se acometían obras de alguna importancia se construyeron logias, y a su alrededor habitaciones convertidas en colonias o conventos, ya que los trabajos de edificación duraban varios años. La vida de estos trabajadores estaba reglamentada por estatutos, cuyo fin principal era lograr una concordia completamente fraternal, porque para realizar una gran obra era indispensable que convergiera la acción de las fuerzas unidas.

De ahí la importancia de los primitivos rituales dirigidos a conseguir de los neófitos una verdadera iniciación a la vez profesional y espiritual. Basta recordar hasta qué punto la religión penetraba e inspiraba todos los gestos de la vida. Y los que tenían por misión levantar sobre el suelo de la cristiandad iglesias, monasterios y catedrales, debían, más que los demás, añadir a la destreza técnica un espíritu honesto y un alma verdaderamente iluminada por la fe. Destreza y fe, no exentas de libertad para criticar los abusos, excesos y faltas que dichos masones operativos veían en algunos miembros del clero de la época, y que de una forma tan magnífica plasmaron esencialmente en los famosos juicios finales de no pocas portadas de las catedrales europeas, como símbolo y testimonio de una fe sincera no incompatible con el espíritu libre y crítico de los creyentes escandalizados de las contradicciones de ciertos clérigos, obispos e incluso papas.

2. Estatutos

El Canónigo Grandidier, uno de los mejores y más antiguos historiadores de la catedral de Estrasburgo, en su ensayo histórico y topográfico de dicha iglesia— catedral da un resumen de los estatutos de los canteros medievales:

Enfrente de la Catedral y del Palacio Episcopal existe un edificio contiguo a la capilla de Santa Catalina. Este edificio es el Maurer-Hoff el taller de los masones (albañiles) y canteros de la catedral. Su origen data de una antigua confraternidad de masones libres de Alemania.

Esta confraternidad, compuesta de maestros, compañeros y aprendices, poseía una jurisdicción particular, independiente del cuerpo de los otros masones. La sociedad de Estrasburgo abarcaba a todas las de Alemania. Tenía su tribunal en la logia, y juzgaba sin apelación las causas, que eran tratadas según las reglas y estatutos de la confraternidad.

Los miembros de esta Sociedad no tenían comunicación alguna con los otros masones, que solamente sabían emplear el mortero y la paleta (art. 2). Su principal trabajo consistía en el diseño de edificios y en la talla de las piedras, lo que consideraban como un arte muy superior al de los otros masones. La escuadra, el nivel y el compás, se convirtieron en sus atributos y símbolos característicos. Resueltos a formar un cuerpo independiente de la masa de obreros, imaginaron entre ellos palabras de contraseña, y toques para distinguirse. A esto llamaban la consigna verbal, el saludo, la contraseña manual. Los aprendices, los compañeros y los maestros eran recibidos con ceremonias particulares y secretas. El aprendiz elevado al grado de compañero prestaba juramento de no divulgar jamás de palabra o por escrito las palabras secretas del saludo (art. 55). Estaba prohibido a los maestros, así como a los compañeros, instruir a los extranjeros en los estatutos constitutivos de la masonería (art. 13).

El deber de cada maestro de las logias era conservar escrupulosamente los libros de la Sociedad, a fin de que nadie pudiera copiar de ellos los reglamentos (art. 23). Tenía el derecho de juzgar y castigar a todos los maestros, compañeros y aprendices establecidos en su logia (Arts. 22 y 23). El aprendiz que quería llegar a compañero era propuesto por un maestro que, como padrino, daba testimonio de su vida y de sus costumbres (art. 65). Prestaba juramento de obedecer todos los reglamentos de la Sociedad (arts. 56 y 57). El compañero estaba sometido al maestro hasta un tiempo fijado por los estatutos, que era de cinco a siete años (arts. 43 y 45). Entonces podía ser admitido a la Maestría (arts. 7 y 15). Todos aquellos que no cumplían los deberes de su religión, que llevaban una vida libertina o poco cristiana, o que eran reconocidos infieles a sus esposas, no podían ser admitidos en la Sociedad o eran expulsados de ella, con prohibición a todo maestro o compañero de tener ningún trato con ellos (arts. 16 y 17). Ningún compañero podía salir de la logia o hablar sin permiso del maestro (arts. 52 y 54). Cada logia tenía una caja: allí se ponía el dinero que los maestros y compañeros daban en su recepción. Este dinero era empleado para las necesidades de los cofrades pobres o enfermos (arts. 23 y 24).

Al igual que en Estrasburgo. existían importantes logias en Berna, Colonia, Viena, Zürich y Ratisbona, cuyos jefes eran reconocidos como jueces supremos de las sociedades autónomas, compuestas de maestros, aprendices y compañeros, siendo el maestro de la logia principal de la catedral de Estrasburgo el encargado de juzgar y resolver las diferencias surgidas entre los afiliados. De hecho, pues —y aquí radica la importancia del descubrimiento de Grandidier—, en todo el imperio, y en realidad, más allá de éste, existió una amplia jurisdicción bajo la autoridad del maestro de la logia de Estrasburgo, con zonas subordinadas, regidas desde Berna, Colonia, Viena y Ratisbona, cuyo dominio se extendía a toda Hungría, así como a los ducados austriacos. Tras la ocupación de Estrasburgo por Luis XIV, la logia quedó aislada de las demás. Las de Colonia y Viena fueron disueltas en 1707.

3. Patronos protectores y Gran Arquitecto deL Universo

Como todos los gremios medievales, también los albañiles tenían sus patronos protectores, que eran honrados con solemnes fiestas. Estos eran los dos San Juan. el Bautista y el Evangelista, más conocidos con el nombre de San Juan de verano y San Juan de invierno, y en especial los cuatro Santos Coronados, quienes figuran en lugar destacado en los correspondientes Estatutos de los Canteros de la época. Así, por ejemplo, los Estatutos de Ratisbona, de 1559, comienzan de esta forma: «En el nombre del Padre, del Hijo. del Espíritu Santo, de la bienaventurada Virgen Maria, así como de sus bienaventurados siervos, los Cuatro Santos Coronados, a su memoria eterna».

El documento, tras mencionar la jerarquía corporativa de maestros, compañeros y aprendices, precisa que para entrar en la corporación es preciso haber nacido libre y ser de buenas costumbres, no pudiendo, el masón, vivir en concubinato, ni entregarse al juego. Es obligatoria la confesión y la comunión, al menos una vez al año; los bastardos son excluidos; y los masones itinerantes son objeto de previsiones particulares.

No cabe duda que los masones medievales disfrutaban de una posición social relativamente elevada, y tendieron hacia la creación de una profesión arquitectónica, cuyos miembros eran considerados como individuos que ejercían un arte liberal, más que un oficio básico. Su encumbrada posición se percibe también en la iconografía medieval de Dios Padre, como Creador, trazando el Universo con un gran compás (véase ilustración 1.1). El concepto de «Gran Arquitecto del Universo» se remonta, por lo tanto, mucho más allá de la moderna expresión de la idea.

Se suele reproducir en las Biblias ilustradas el gran compás con el cual Dios traza el límite del universo. Compás, que es un instrumento típicamente medieval, y no -como podría creerse a primera vista- demasiado grande. Con él el maestro masón podía trasladar el diseño de un croquis previo más pequeño al tamaño real, en un suelo cubierto de yeso.


Fuente:
http://es.geocities.com/cllavagnini/chave5.html