La firma de los canteros
TEXTO: J. FÉLIX MACHUCA
FOTO; J. M. SERRANO
En 1517, Diego de Riaño, uno de los maestros canteros más brillante que tuvo la obra catedralicia, protagonizó un durísimo desencuentro en el taller de la Catedral. Riaño, a quien Sevilla le da calle para recordar el cielo de su gloria, se enfrenta violentamente con Pedro de Rozas. Tiene que escapar de Sevilla huyendo de la Justicia. Y se asienta en el vecino reino de Portugal. Allí, el cántabro que mejor entendió los secretos de las piedras, le escribe a Carlos V buscando perdón: "...avía çinco annos que en Sevilla yo obe palabras con Pedro de Rozas de las cuales el fue principio e me tiro con un maço e me dio con el e luego arremetió contra mi con un punnal e yo estuve quedo e sin armas e tomé el maço que me avía tirado e commo el llego a darme de puñaladas yo por defenderme dile con el maço en que disen que murió a cabo de diez dias por lo cual ando absentado en los reynos de Portugal todo este tiempo..."
No parece, pues, excesivamente literaria la peripecia vital del personaje central de «Los pilares de la tierra» a quien Ken Follet convierte en cantero errante, bravo y trotamundos. En cualquier caso la vida de estos hombres no era nada sedentaria. Viajaban allá donde tenían noticias de que se levantaban iglesias, abadías, catedrales o edificios de cierta envergadura y hacían del taller o la logia su centro de trabajo. Era este un lugar de carácter efímero que mudaba de ubicación con las fases de la obra para estar cerca de las exigencias del trabajo. En el taller se trataba la piedra tallando el material que llegaba de las canteras empleándose escodas, martillos, cinceles y mazos como el que le arrojaron a Riaño y que se resolvió en pendencia, navajazos, martillazos y huida de la Justicia. En estrecha relación con el taller o logia estaba la Casa del Yeso o casa de las Traças. Se tiene constancia escrita ( Libros de Mayordomía nº 6. folio 31. Archivo de la Catedral) de que en 1440 se construyó una de estas casas. Era de ladrillo, cerrada con cubierta de madera y vigas de robles. Según el profesor Rodríguez Estévez «en su interior el maestro mayor guardaba sus trazas sobre pergamino y con sus colaboradores más directos, usando el cordel, el compás y la escuadra, desarrollaba los diseños sobre la superficie de yeso». No ha quedado ningún rastro de estas auténticas salas de proyectos de la obra gótica. Pero en la Sala Capitular se conserva una Sala de Yeso, atribuida a Hernán Ruiz II, como sostienen Pinto Puerto y Alfonso Jiménez Martín.
El oficio de cantero no era leve. Como casi nada en aquellos tiempos. La dureza del trabajo de la piedra se complementaba con horarios y exigencias laborales que hoy pondrían los pelos de punta a cualquier sindicalista, incluso al que menos aversión al trabajo firmara. Así, cada día, tal y como recogen las ordenanzas de la catedral, los canteros acudían a la llamada de un hombre de la Fábrica que tañía una campana «quando quiere amanecer» y concluían a la hora de oración al clamor del mismo campanazo. La luz solar marcaba el horario de trabajo de los canteros. La semana era larguísima: de lunes a sábado pero sábado de jornada completa. Se descansaba el domingo. Y alguna que otras fiestas de guardar. Es de imaginar que un trabajo tan riguroso y estricto fuera causa de un absentismo más o menos importante. Para el cumplimiento de los horarios de trabajo se había establecido un curioso seguimiento. Cada trabajador, al llegar a la obra, debía de colgar su capa en un lugar determinado. Solo así, el veedor (especie jefe de personal) o el campanero en su ausencia podían constatar su asistencia o falta, como recoge el profesor Rodríguez Estévez en el libro «La catedral gótica de Sevilla».
El grandioso trabajo de aquellos hombres nos deja un rastro humilde, casi clandestino, en la piedra que trabajaron. Son las marcas de los canteros, esa caligrafía geométrica que viene apareciendo en fachadas, arcos, columnas pináculos, arbotantes y portadas del edificio catedralicio. Según Rodríguez Estévez, en la obra gótica de la catedral, se recogen cerca de un millar de marcas correspondientes a 135 tipos. Estas marcas podríamos dividirlas en tres grandes grupos: las ejecutadas, en origen, por los canteros jerezanos y portuenses que extraían la piedra para la Catedral; las marcas de cobro, con las que se señalaban las trabajadas por cada cantero para evitar confusiones y poder cobrarlas de forma específica y las llamadas de estima. Estas últimas eran realmente firmas vinculadas a trabajos de jerarquía, a trabajos que estimulaban por su importancia el orgullo y la vanidad profesional del cantero. Están realizadas a conciencia o como afirma Rodríguez Estévez «como expresión orgullosa de un trabajo personal». En realidad estas marcas rubrican trabajos de canteros muy cualificados como podrían ser un maestro mayor, un aparejador o algún notable entallador. Con mayor o menor margen de seguridad, los expertos atribuyen marcas de este cariz a canteros como Carlín, Pedro de Toledo, Juan Norman y Nicolás Martínez. La mayoría de estas marcas realizadas en la parte gótica de la Catedral fueron grabadas entre 1435 y 1496.
En 1528 Diego Riaño vuelve a Sevilla tras obtener el perdón del emperador Carlos V. Cuando entró en la ciudad, la altura del templo ya debía dominar los cielos de una urbe pujante e intratable. Una ciudad que había empezado a levantar el templo antes de que Colón descubriera América y que ahora, en plena ciudad del Quinientos, veía llegar al Guadalquivir galeones de plata. La montaña de piedra que se alzaba sobre la antigua aljama almohade había ido tomando forma definitiva gracias a hombres como Riaño que, sin ser un personaje tan literario como el protagonista de «Los pilares de la tierra», si hace de su vida una auténtica novela. Tras su regreso es nombrado maestro mayor de las obras de cantería. Sin dudas por su destreza manejando el compás y el maço... Para erigirse en uno de los maestros canteros más sobresalientes de un gremio que, a lo largo del tiempo, dejará sobre las piedras de la Catedral las marcas y firmas que hoy podemos rastrear, documentar y conocer un poco más gracias a trabajos tan exhaustivos como el del profesor medievalista Rodríguez Estévez.
Fuente:
http://sevilla.abc.es/20061015/sevilla-sevilla/firma-canteros_200610150307.html
FOTO; J. M. SERRANO
En 1517, Diego de Riaño, uno de los maestros canteros más brillante que tuvo la obra catedralicia, protagonizó un durísimo desencuentro en el taller de la Catedral. Riaño, a quien Sevilla le da calle para recordar el cielo de su gloria, se enfrenta violentamente con Pedro de Rozas. Tiene que escapar de Sevilla huyendo de la Justicia. Y se asienta en el vecino reino de Portugal. Allí, el cántabro que mejor entendió los secretos de las piedras, le escribe a Carlos V buscando perdón: "...avía çinco annos que en Sevilla yo obe palabras con Pedro de Rozas de las cuales el fue principio e me tiro con un maço e me dio con el e luego arremetió contra mi con un punnal e yo estuve quedo e sin armas e tomé el maço que me avía tirado e commo el llego a darme de puñaladas yo por defenderme dile con el maço en que disen que murió a cabo de diez dias por lo cual ando absentado en los reynos de Portugal todo este tiempo..."
No parece, pues, excesivamente literaria la peripecia vital del personaje central de «Los pilares de la tierra» a quien Ken Follet convierte en cantero errante, bravo y trotamundos. En cualquier caso la vida de estos hombres no era nada sedentaria. Viajaban allá donde tenían noticias de que se levantaban iglesias, abadías, catedrales o edificios de cierta envergadura y hacían del taller o la logia su centro de trabajo. Era este un lugar de carácter efímero que mudaba de ubicación con las fases de la obra para estar cerca de las exigencias del trabajo. En el taller se trataba la piedra tallando el material que llegaba de las canteras empleándose escodas, martillos, cinceles y mazos como el que le arrojaron a Riaño y que se resolvió en pendencia, navajazos, martillazos y huida de la Justicia. En estrecha relación con el taller o logia estaba la Casa del Yeso o casa de las Traças. Se tiene constancia escrita ( Libros de Mayordomía nº 6. folio 31. Archivo de la Catedral) de que en 1440 se construyó una de estas casas. Era de ladrillo, cerrada con cubierta de madera y vigas de robles. Según el profesor Rodríguez Estévez «en su interior el maestro mayor guardaba sus trazas sobre pergamino y con sus colaboradores más directos, usando el cordel, el compás y la escuadra, desarrollaba los diseños sobre la superficie de yeso». No ha quedado ningún rastro de estas auténticas salas de proyectos de la obra gótica. Pero en la Sala Capitular se conserva una Sala de Yeso, atribuida a Hernán Ruiz II, como sostienen Pinto Puerto y Alfonso Jiménez Martín.
El oficio de cantero no era leve. Como casi nada en aquellos tiempos. La dureza del trabajo de la piedra se complementaba con horarios y exigencias laborales que hoy pondrían los pelos de punta a cualquier sindicalista, incluso al que menos aversión al trabajo firmara. Así, cada día, tal y como recogen las ordenanzas de la catedral, los canteros acudían a la llamada de un hombre de la Fábrica que tañía una campana «quando quiere amanecer» y concluían a la hora de oración al clamor del mismo campanazo. La luz solar marcaba el horario de trabajo de los canteros. La semana era larguísima: de lunes a sábado pero sábado de jornada completa. Se descansaba el domingo. Y alguna que otras fiestas de guardar. Es de imaginar que un trabajo tan riguroso y estricto fuera causa de un absentismo más o menos importante. Para el cumplimiento de los horarios de trabajo se había establecido un curioso seguimiento. Cada trabajador, al llegar a la obra, debía de colgar su capa en un lugar determinado. Solo así, el veedor (especie jefe de personal) o el campanero en su ausencia podían constatar su asistencia o falta, como recoge el profesor Rodríguez Estévez en el libro «La catedral gótica de Sevilla».
El grandioso trabajo de aquellos hombres nos deja un rastro humilde, casi clandestino, en la piedra que trabajaron. Son las marcas de los canteros, esa caligrafía geométrica que viene apareciendo en fachadas, arcos, columnas pináculos, arbotantes y portadas del edificio catedralicio. Según Rodríguez Estévez, en la obra gótica de la catedral, se recogen cerca de un millar de marcas correspondientes a 135 tipos. Estas marcas podríamos dividirlas en tres grandes grupos: las ejecutadas, en origen, por los canteros jerezanos y portuenses que extraían la piedra para la Catedral; las marcas de cobro, con las que se señalaban las trabajadas por cada cantero para evitar confusiones y poder cobrarlas de forma específica y las llamadas de estima. Estas últimas eran realmente firmas vinculadas a trabajos de jerarquía, a trabajos que estimulaban por su importancia el orgullo y la vanidad profesional del cantero. Están realizadas a conciencia o como afirma Rodríguez Estévez «como expresión orgullosa de un trabajo personal». En realidad estas marcas rubrican trabajos de canteros muy cualificados como podrían ser un maestro mayor, un aparejador o algún notable entallador. Con mayor o menor margen de seguridad, los expertos atribuyen marcas de este cariz a canteros como Carlín, Pedro de Toledo, Juan Norman y Nicolás Martínez. La mayoría de estas marcas realizadas en la parte gótica de la Catedral fueron grabadas entre 1435 y 1496.
En 1528 Diego Riaño vuelve a Sevilla tras obtener el perdón del emperador Carlos V. Cuando entró en la ciudad, la altura del templo ya debía dominar los cielos de una urbe pujante e intratable. Una ciudad que había empezado a levantar el templo antes de que Colón descubriera América y que ahora, en plena ciudad del Quinientos, veía llegar al Guadalquivir galeones de plata. La montaña de piedra que se alzaba sobre la antigua aljama almohade había ido tomando forma definitiva gracias a hombres como Riaño que, sin ser un personaje tan literario como el protagonista de «Los pilares de la tierra», si hace de su vida una auténtica novela. Tras su regreso es nombrado maestro mayor de las obras de cantería. Sin dudas por su destreza manejando el compás y el maço... Para erigirse en uno de los maestros canteros más sobresalientes de un gremio que, a lo largo del tiempo, dejará sobre las piedras de la Catedral las marcas y firmas que hoy podemos rastrear, documentar y conocer un poco más gracias a trabajos tan exhaustivos como el del profesor medievalista Rodríguez Estévez.
Fuente:
http://sevilla.abc.es/20061015/sevilla-sevilla/firma-canteros_200610150307.html
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