Ascensión Tejerina: argumentario y memoria de una Gran Maestra
Del prólogo del libro.
De Oficio, masón.
Revelaciones de una Gran Maestre.
Editorial Espejo de tinta. 2006 1.- Un nuevo libro sobre masonería: Una visión personal.
La cuestión es ¿Qué se puede decir sobre la masonería todavía hoy en este comienzo del siglo XXI después de los ríos de tinta que han corrido tanto para glorificarla como para denigrarla?Las Asociaciones masónicas – cualquiera que sea su denominación - son conservadoras de una tradición viva que se legitima no sólo, ni siquiera principalmente por su antigüedad, sino sobre todo por su vigencia como método de esclarecimiento personal y por su arraigo en la naturaleza reflexiva de los seres humanos. La identidad de la tradición masónica española que quiere representar la Gran Logia Simbólica Española (Gran Oriente Español Unido) es el equilibrio dos vocaciones complementarias.
De un lado la masonería supone un proyecto iniciático encaminado a “provocar” en cada persona – hombre o mujer - una experiencia filosófica que le lleve a un esclarecimiento personal de su propio ser y de su proyecto como ser humano, esclarecimiento al que todos los hombres y mujeres somos convocados cuando asumimos nuestra condición de seres autónomos y libres, aunque pronto descubrimos que nuestra libertad es como diría Joseba Arregui una libertad asistida por la comunidad en la que nos instalamos. De ahí que si ese esclarecimiento es genuino no puede concluir en un ejercicio solipsista de autocomplacencia puramente egoísta sino que debe, de alguna manera, comprometerse con la sociedad que nos acoge y ampara como ciudadanos, por lo que la logia se compromete también con una tarea de pensamiento orientada a trabajar por el progreso de la sociedad y en definitiva de la Humanidad en su conjunto.Ascensión Tejerina ha sido Gran Maestra de la Gran Logia Simbólica Española durante seis años, y en esta tarea ha alcanzado una madurez y una experiencia masónica que generosamente ha compartido con los que hemos estado a su lado, en un momento o en otro, y que ahora comparte con el público en general con este libro tan oportuno. Es en la actualidad miembro de la Logia sevillana Obreros de Hiram y de la Logia de Estudios Theorema. La oportunidad del libro viene dada a mi juicio por el valor mismo de la experiencia personal que Ascensión Tejerina nos relata, y cómo no, por la siempre morbosa atención que le dedican periódicamente a la masonería las diferentes versiones de TODAS las ideologías integristas y fundamentalistas.
La masonería siempre ha sido denigrada por las ideologías políticas totalitarias y por los integrismos religiosos. Tanta unanimidad no es casual, naturalmente.Sin embargo la masonería tiene buenos valedores morales e intelectuales y ha encontrado un terreno abonado y favorable en los países de larga tradición democrática como Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Francia… y muchos masones se han comprometido, tanto en el bando de la derecha como en el de la izquierda democráticas asumiendo los valores del constitucionalismo, de la monarquía-parlamentaría, del liberalismo, el socialismo-democrático, el ecologismo, el republicanismo, el civismo-radical, incluso con el anarquismo-libertario…
La Gran Logia Simbólica no es por lo tanto un baluarte integrista de la Tradición como nostalgia del pasado, ni tampoco un refugio de activistas rebotados de la vida política, sino que buscando un equilibrio en el corazón del ser humano, se coloca en el espacio de una reflexión filosófica personal, abierta, dialogada, pautada, accesible a través del simbolismo a la gente corriente, a todos, sin necesidad de una especial formación académica, y decidida a partir de esa reflexión a asumir un compromiso ético con el contexto social que a cada uno nos toca vivir. Todo ser humano por el mero hecho de serlo es un filósofo en potencia y por eso busca responder a la pregunta decisiva: ¿quién soy yo? pero, no es posible salvar nuestro “yo” solamente. Como diría el maestro Ortega y Gasset, “Yo soy yo, y mi circunstancia y sino salvo mi circunstancia no me salvo a mí mismo”.
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2.- La Gran Logia Simbólica: La Masonería que vuelve .
Ascensión Tejerina, no es casualidad, ha hecho masonería en el seno de la Gran Logia Simbólica Española. Eso significa que se ha identificado con el proyecto de esta rama de la masonería en nuestro país, que con todo el respeto para con las otras asociaciones masónicas, pretende definir un proyecto propio centrado en la recuperación de la tradición masónica española, una masonería latina, hecha por hombres y mujeres, sin dependencias foráneas pero abierta al mundo, vinculada estrechamente con otras masonerías mediterráneas desde Lisboa hasta Estambul, con vínculos de simpatía especiales con la masonería portuguesa, belga, italiana y francesa, asociada al Llamamiento de Estrasburgo (CLIPSAS) y activa en otros foros masónicos internacionales como el Foro Masónico del Mediterráneo o el Espacio Masónico Europeo. Una masonería que ha resuelto de una manera clara y decidida la vieja cuestión de la participación de la mujer, en pie de igualdad, con el varón en el seno de las Logias.
Sin presunciones y sin complejos podemos decir que la posición de la Gran Logia Simbólica Española en esta materia es, a mi juicio, modélica ya que salvaguarda la libertad de las logias y promueve una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en la permanente tarea de comprendernos mejor en nuestra común humanidad. Cuando se habla de Francmasonería se contrapone a menudo tradición y progreso, sin embargo como señala Alain Bauer, en su provocador libro se trata más bien de una complementariedad. La masonería es una sociedad de pensamiento que efectivamente se afianza en la tradición pero en la tradición comprendida como un elemento de transmisión de lo que han hecho nuestros antecesores y somos ciudadanos con determinación, activos en el mundo de hoy, participes en la evolución de la sociedad, o incluso proponiendo acciones o soluciones a los problemas que nos rodean. 3.- Masonería: Escuela de ciudadanía.
El importante trabajo de investigación desarrollado por el profesor Pedro Álvarez Lázaro (Universidad Pontificia de Comillas) señalaba como una de las señas de identidad de la tradición masónica española precisamente esta concepción de la logia como Escuela de ciudadanía. ¿Qué tiene que ver en realidad la idea de ciudadanía con el método masónico como método de construcción personal? ¿No se trata en realidad de un concepto de orden político ajeno por lo tanto a la metáfora masónica? No es en realidad la ciudadanía una bandera política entre otras, respecto de la cual la Masonería como institución no tiene más que quedar al margen? Creo que podemos descubrir con un pequeño esfuerzo hermenéutico que hay un entendimiento de la ciudadanía que emparenta este concepto con la función mediadora propia del método masónico. Hay algo en la ciudadanía tal y como venimos a proponerla, un hilo conductor que la engarza simbólicamente con el dios Hermes, dios de las encrucijadas y caminos, del diálogo y del comercio, del intercambio y la mediación. Según esta tesis la ciudadanía no es sino una simple trasposición al ámbito de la Civitas de los mismos mecanismos de comunicación y sociabilidad que rigen en el seno de la Logia.
El principio de mediación – ciudadanía, mediación y desarrollo son los conceptos básicos sobre los que ha querido trabajar Ascensión Tejerina durante todo su itinerario masónico. Esos principios forman parte de la masonería constitucionalmente y se pueden deducir de las mismas Constituciones de Anderson cuando en la sociedad fragmentada y traumatizada por los conflictos religiosos y políticos de la época propone la idea de la Logia como Centro de la Unión entre personas que de no ser por la masonería nunca se hubieran conocido, reconociéndose colectivamente en aquella religión de la buena voluntad y las buenas obras en la que todos los hombres están de acuerdo dejando para cada uno sus opiniones particulares. En ese momento Anderson está estableciendo un principio de mediación que pude proclamarse como principio general, según el cual cuando se produce una situación de desencuentro o de comunicación antagonista el principio masónico propone «ir mas allá» de los términos en los que se produce ese desencuentro o ese antagonismo y construir un nuevo marco de referencia en el que las partes puedan reconocerse. Cuando los mundos simbólicos y de sentido en presencia colisionan es preciso realizar una metáfora común que permita compartir un nuevo lenguaje, en el cual y sin perjuicio de que cada uno pueda mantener fidelidad a su viejo lenguaje se dé sin embargo la posibilidad de una acción comunicativa. Según la fórmula de Anderson esa experiencia de comunicación si se vive genuinamente tiene por sí misma capacidad para transformar a todos los que participan en la comunicación. Cuando la comunicación tiene la intensidad necesaria puede provocar un verdadero efecto de "fusión de horizontes", transformando así la prospectiva con la que cada uno de los comunicantes consideraba anteriormente su propia posición en la comunicación y por ende la de las demás partes ¿Cómo puede ser que la palabra tenga esa virtualidad? La Logia puede tener esa capacidad porque es un lugar de encuentro y encontrarnos, de verdad, con otros seres humanos es una experiencia que no nos deja indiferentes sino que está grávida de consecuencias. Puede aplicarse al encuentro en Logia y a la comunicación que puede surgir en su seno el mismo lúcido y asombrado razonamiento que le dedica Theodore Zeldin a la experiencia de la conversación como una aventura en la que juntos los seres humanos nos preparamos para hacer del mundo un lugar menos amargo: «La cosa parece imposible en tanto que creemos que el mundo está gobernado por fuerzas económicas y políticas irresistibles, que los seres humanos no somos en última instancia sino animales, que la historia no es más que una larga lucha por la supervivencia y supremacía. Si todo fuera así, no podríamos cambiar gran cosa pero yo veo el mundo de otra forma; para mí, está constituido de individuos en busca de un compañero, de un amante, de un gurú, de un dios. Los sucesos más importantes, aquellos que cambian la vida, son los encuentros entre los individuos. Algunos se decepcionan, renuncian a buscar y, se vuelven cínicos. Pero otros continúan su búsqueda de nuevos encuentros».
La ciudadanía democrática, como la ciencia, como el derecho, la técnica, y hasta el erotismo, la gastronomía y la buena educación pretenden ir más allá de lo natural y suponen un esfuerzo permanente de cuidado. En definitiva son como casi todo lo humano UNA CONSTRUCCIÓN. La democracia misma es artificial y se contrapone al estado de naturaleza que impone la fuerza bruta. Es un arte, es decir, un artificio que pretende introducir racionalidad allá donde no hay sino materia bruta, intereses en conflicto, egoísmos sin límite. Aunque al día de hoy sabemos que la mejor racionalidad es aquella que tiene en cuenta la acción de los factores irracionales, pero no para rendirse ante ellos, sino para dominarlos.
Hoy entendemos que no podemos ser sólo ciudadanos del mundo, lo que nos convertiría en una nube flotando en el vacío; las fuentes de nuestro yo manan de un aquí y un ahora del que no podemos escapar, pero no es pensable tampoco una sola ciudadanía del aquí que pueda quedar reducida a los límites de mi tribu cuando cada uno de nosotros es ya hoy en día un mosaico de referencias culturales y nuestros intereses se juegan en los cuatro puntos cardinales.
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La genialidad de la ciudadanía consiste en pretender un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la/s comunidad/es sobre la/s que se funda, sino que va más allá: pretende establecer un poder público al servicio de los ciudadanos individualmente considerados y en su condición de tales, y no tanto en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa. Conforme a ese propósito, el propósito de lo político no es por lo tanto la exaltación de ninguna esencia colectiva, sino, partiendo de nuestras circunstancias colectivas, construir material y moralmente una forma de convivencia en la que sean posibles las mayores cotas de libertad, en un marco de igualdad y solidaridad. En el ámbito de la Civitas las cosas no se plantean desde luego de la misma manera que en la Logia, los desacuerdos y antagonismos tienen una magnitud y una intensidad muy diferente, la sociabilidad política no es un pacto espontáneo y libremente escogido sino que es una circunstancia vital que nos viene impuesta, pero aún así y más allá de todas esas diferencias hay una trasposición posible entre la acción comunicativa en el seno de la Logia y esa misma acción en el ámbito de la sociedad política. Esa trasposición tiene por mi parte un carácter especulativo, pero explica por otro lado la histórica vinculación de la Masonería en todos los países latinos con el concepto de ciudadanía y da a esa explicación un sentido también simbólico.
La ciudadanía tiene, no es otra cosa, que la propuesta de la ciudadanía como marco de relación exclusivo en todo lo referente a la organización del poder político y hacer así de la amistad civil ( John Rawls ) que nace de esa conciudadanía el lazo de fraternidad que sostiene la libertad y la igualdad.
La ciudadanía es la voluntad de construir un lenguaje en el cual nos podamos entender políticamente, supone la necesidad de separar el lenguaje político de los otros, supone el esfuerzo de definir antes de empezar a hablar de un marco de diálogo para todos. Entre nosotros siempre se ha identificado el laicismo con una posición clásica de anticlericalismo y fobia a «lo sagrado» quizá por el enorme peso social y político que las posiciones clericales y teocráticas han tenido en nuestra historia, pero llegado este tiempo «post-moderno» entiendo que es preciso recuperar el sentido primigenio del laicismo como regla convivencial, depurándolo de connotaciones doctrinarias legítimas pero conceptualmente ajenas al mismo, en línea con lo que dice Salvador Pániker: «La idea de un mundo profano, de un cosmos desacralizado, "desmusicalizado", es un invento reciente –e ilusorio- del espíritu humano; es el gran equívoco de la tan traída y llevada modernidad. Bien está que el aparato estatal se haga laico, que se genere una ética civil y que la enseñanza se emancipe de las iglesias. Pero eso en nada tiene que ver con el supuesto "desencantamiento" del mundo (...). Es precisamente el logos, y no el mito, el que nos devuelve a una realidad infinitamente misteriosa, velada, terrible y fascinante».
El concepto de ciudadanía como idea política y constitucional y su correspondiente denominación laicismo para señalar al partidario de la ciudadanía tiene efectivamente su origen en Francia, y en algunas de sus formulaciones está muy condicionado por su origen francés, por sus antecedentes históricos con más o menos fundamento enraizados en la Revolución Francesa, por su desarrollo en el marco del debate entre clericales y anticlericales en el contexto político del siglo XIX bajo la constitución de la III República.
Esta connotación tan francesa no afecta a mi juicio al núcleo esencial de la idea de la que pueden encontrarse ecos otras tradiciones jurídicas o en el famoso debate entre liberales y comunitaristas protagonizado por autores como Rawls y su famosa «posición original» y sus críticos Sandel, Maclntyre. Sólo los aspectos más adjetivos del debate pueden reducirse al escenario francés, aspectos del concepto en los que muchas veces se contunden cosas muy dispares haciendo de él algo heteróclito e inútil y además difícil de proyectar al marco del derecho y de las instituciones de la Unión Europea. Creo por ello que es imprescindible rescatar el núcleo eficiente de ciudadanía, aquello que lo hace valioso y nos permite reconsiderar los fundamentos de todo lo político liberándolo de aquellas adherencias que perjudican la claridad conceptual del mismo.
A mi juicio la verdadera virtualidad de la ciudadanía no se reduce a un debate entre clericales y anticlericales (debate por otro lado siempre interesante) sino que consiste en algo mucho más valioso y de más calado político, a saber: pretender un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la comunidad sobre la que se funda, para llegar así a establecer un poder público al servicio de los ciudadanos personalmente considerados y en su condición de tales y no tanto en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa. Conforme a ese propósito, el centro y fundamento de lo político, no es por lo tanto ninguna esencia colectiva, ni el «ius sanguinis», ni la adhesión a una fe revelada por muy verdadera que ésta sea, ni por supuesto la gloria de una dinastía o la hegemonía de una etnia sino la realización material y moral de un ideal de convivencia: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La cuestión a tratar es, partiendo del reconocimiento de la consustancialidad comunitaria del individuo cómo dar a la comunidad lo que es suyo salvando al mismo tiempo el proyecto de un poder societario que garantice la autonomía del individuo no sólo frente al poder político mismo sino incluso frente a los requerimientos posesivos de su propia comunidad. La racionalidad de la ciudadanía es, de un lado, conforme a una racionalidad teleológica práctica, y viene a considerar que la finalidad del poder político es esencialmente arbitral, dirigida a permitir la búsqueda de la felicidad personal conforme al derecho de cada uno a seguir sus propias luces en la medida en que la consecuencia de esa búsqueda no haga imposible la búsqueda de los demás y conforme al propósito de mantener la paz entre los hombres (Hobbes, Rousseau...) considera que la mejor posición para poder realizar esa función es precisamente la de neutralidad respecto de aquellas cuestiones que no sean estrictamente necesarias para la ordenación de la vida de los individuos y para la prosperidad de la "civitas".
La ciudadanía como alternativa puramente política es en esencia una regla de procedimiento pero también se conecta con valores de reconocimiento por cuanto que no puede entenderse una política de libertad sin valores, pero esos valores que le son propios tienen también un carácter regulativo.
La ciudadanía exige la existencia de un marco axiológico común, no conclusivo, pero de la máxima importancia prescriptiva, precisamente por su carácter de mínimo. La democracia no es simplemente un régimen político de mayorías, la Res Pública, lo que en Francia viene a llamarse el pacto republicano, y en España el pacto constitucional, no viene definido simplemente por la regla de las mayorías, aunque es evidente la importancia de esa regla, pero como dice Yves Roucaute en su libro La República contra la Democracia también las mayorías pueden asesinar el régimen de libertades.
La ciudadanía se trata de un concepto de carácter formal y regulativo, atinente, de un lado al modo de organizar y entender de una manera independiente las relaciones entre las instituciones políticas y las diferentes pertenencias individuales, no sólo religiosas, sino también étnicas y comunitarias, así como respecto de cualquier otra estructura de poder espiritual, comunidad exclusivamente civil, es decir ciudadano, en torno a los derechos y deberes que garantizan nuestra autonomía como individuos en nuestra relación con el poder político, cualquiera que sean nuestras otras identidades. En cierto modo la ciudadanía es un lenguaje artificioso porque es fruto de un esfuerzo de consideración lo más separada posible de la esfera de lo político respecto de las demás esteras de lo colectivo, pero también el pensamiento científico, el derecho, o la civilización son en última instancia artificiosidades para hacer mejor y más humana la vida.
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4.- La mujer constructora junto con el hombre.
La Gran Maestría de Ascensión Tejerina ha sido simbólica pero también funcionalmente una evidente reivindicación del valor “constructivo” de la mujer en pie de igualdad con el varón, y también un ejercicio de igualdad práctica. No podía ser de otro modo. El pasado siglo XX ha sido el campo de batalla de conflictos ideológicos apocalípticos. Entre 1914 y 1989 se han desecho imperios europeos, se han desmontado los imperios coloniales, ha habido dos grandes guerras mundiales además de muchas otras locales y regionales, se han levantado y se han derrumbado utopías totalitarias de derecha y de izquierda… de todos esos conflictos y confrontaciones, de esas luchas y sufrimientos destacan algunos logros, en el terreno de la acción política quizá el logro más importante ha sido la invención de la “seguridad social” es decir la implantación en nuestra conciencia colectiva y política el principio a la vez teórico y práctico según el cual no podemos desentendernos del infortunio de los demás sino que debemos articular mecanismos de solidaridad para paliar las situaciones de fragilidad por la que en un momento o en otro tenemos que pasar: enfermedad, vejes, invalidez… En el terreno de las ideas, la única gran idea de transformación que se ha consolidado en medio de tantas mutaciones y cambios es la de la causa de la mujer. Hoy sabemos que lo masculino-femenino, es una cuestión esencial que afecta al nervio mismo de la vida, no sólo de la vida pública sino también de la vida privada y particular de cada uno de nosotros, que es en definitiva la vida verdadera: nuestra biografía. Es una cuestión en la que nos jugamos nuestra felicidad mas personal e íntima. La mujer y el varón no son algo natural, como la hembra y el macho. Lo natural en el hombre es precisamente el artificio, la elaboración simbólica, la imaginería. El ideal femenino es una construcción que se ha ido haciendo con diversos materiales; empezando por la tradición judeo-cristiana que equiparaba a la mujer con una posesión del varón: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo". (Exodo 20.17). La aportación helenística y romana no cambia este papel subordinado de la mujer, que posteriormente en la Edad Media se realzó; gracias a la tradición literaria provenzal juglaresca, que llega hasta el romanticismo y que hace de la mujer algo ideal, que la eleva sobre una peana de admiración, pero que paradógicamente no se corresponde con una verdadera emancipación social y con el reconocimiento de una autonomía personal quedando reducida su actividad a la esfera de lo privado.
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Los movimientos emancipadores de principios del XX encabezados por las sufragistas han dado paso a un complejo movimiento intelectual y moral que ha ido transformando nuestra sociedad y se ha ido fraguando a lo largo de todo el siglo (feminismo de la igualdad, feminismo de la diferencia, feminismo liberal y feminismo radical, promoción de la mujer en el mundo laboral, compatibilidad entre vida familiar y laboral, lucha contra la exclavitud sexual y trata de blancas...) y que ha tenido incluso su versión eclesiástica con la histórica decisión de la Iglesia de Inglaterra y de la Comunión Anglicana de dar paso a la mujer al sacerdocio e incluso al episcopado abriendo así el “sancta sanctorum” de lo sagrado a la presencia eficiente de la mujer en pie de igualdad con el varón. Leyendo el libro de Cristina Alberdi y Lucía Méndez El poder es cosa de hombres ( 2.101) y siguiendo su peripecia ideológica y personal se me hace evidente que la mejor herencia moral y política del siglo XX es precisamente la que se refiere a lo que Cristina Alberdi llama precisamente la Causa de la mujer. Todos los progresos y cambios en el terreno de la igualdad varón y mujer están implicados en las grandes cuestiones de nuestro tiempo. No es casualidad que los niveles de igualdad y emancipación de las mujeres sean mas altos precisamente en aquellos países y sistemas políticos en que son también mas altas las cotas de libertad institucionalizada. La importancia y la gravedad de la causa de la mujer nace de que está indisolublemente unida a la causa misma del ser humano, La condición estereofónica de la persona humana en su doble vertiente masculina y femenina hace que la causa de la mujer sea también y al mismo tiempo la causa del ser humano en su totalidad. No puede haber progreso social y político general si no hay simultáneamente un progreso en las cotas de autonomía de la mujer como persona. Desde 1789 la idea de ciudadanía ha irrumpido en el pensamiento político como una idea fuerza que pretende el ideal kantiano, nunca formulado hasta ese momento: garantizar en la medida posible en cada momento, la mayor cota de autonomía personal, de tal modo que cada uno de nosotros sea fin y no medio, sujeto de su propia vida y no un mero objeto en la vida de otros. Pero no ha sido sino muy recientemente, todavía en el siglo XX, después de al segunda guerra mundial, que se extendieron a las mujeres, en Europa, los plenos derechos de la ciudadanía. La pretensión de autonomía kantiana e ilustrada es lo suficientemente utópica como para no quedar nunca satisfecha. Sabemos hoy que no podemos ser optimistas del mismo modo que lo fue Kant. Hemos presenciado desde el s.XVIII hasta este recién estrenado s XXI cosas demasiado terribles como para ignorar la existencia de fuerzas oscuras e irracionales que se agitan en nuestra conciencia de seres humanos y también en la conciencia de los pueblos. Fuerzas que tenemos que entender e integrar de alguna manera. Hoy somos optimistas “avisados” y ya se sabe que hombre y mujer avisados valen por dos. Nuestra confianza en la fuerza y la legitimidad de la causa de la mujer nace de un optimismo documentado que no se deja confundir simplemente por sus deseos, ni por la superficialidad de lo políticamente correcto, pero no por eso ceja en su empeño de trabajar por un futuro de mayor libertad y cooperación entre los seres humanos y los pueblos, en el que el varón y la mujer se entiendan mutuamente en pie de igualdad respetando y amando sus diferencias.
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5.- El futuro de la Escuadra y el Compás.
La Logia y el método masónico con sus rituales, sus compromisos de reserva y privacidad, su pacto de tolerancia... todo lo que constituye la peculiaridad de la sociabilidad masónica está orientado a crear un lugar de encuentro propicio entre personas que de no ser por la masonería se hubieran ignorado, personas que no son en realidad espontáneamente afines, que no participan necesariamente de una misma visión de la vida, ni de una religión común o de un compromiso político idéntico, quizá tampoco tengan una común identidad generacional o social, y sin embargo esas personas llegan a tratarse con confianza y a escucharse con respeto. No se trata de un simple lugar físico, aunque el encuentro se escenifique regularmente en el lugar donde radica la Logia, el espacio de encuentro que la Logia representa es un lugar moral que tiende a reproducirse en la vida de cada uno de nosotros como un marco de relación siempre posible, como un hábito mental que nos lleva a actuar en clave de fratria, ensayando siempre que nos es posible el mismo método de comunicación cooperativa. ¿Cuál es la fórmula para que eso sea posible y no termine necesariamente en un galimatías? (aunque a veces puede terminar así). Ahí entra en acción el principio masónico: Dada una situación en términos de comunicación antagónica o de desencuentro sólo cabe reconstruir la comunicación y hacer posible un reencuentro sin excluir a ninguna de las partes si es posible crear un metalenguaje que se coloque más allá de los términos dados. Ese lenguaje es precisamente el lenguaje simbólico de la construcción. Creo que a la vista del mundo que nos rodea, de sus problemas y contradicciones, a la vista de la ineludible necesidad que hoy como siempre tienen los seres humanos de preguntarse sobre su ser, la validez de un espacio como la logia y el esfuerzo por mantener viva una tradición como la masonería sigue siendo, hoy tan útil y valiosa como lo fue en 1717. Creo que el libro de Ascensión Tejerina así lo acredita. Javier Otaola.
Bibliografía citada
Lera, Ángel María. De; La masonería que vuelve / Editor: Barcelona : Planeta, [1980] Con esta obra se dio a conocer de una manera pública el regreso de la masonería a España después de la tragedia de la Guerra Civil y el exilio.
Alain Bauer.- Le Crépuscule des frères: La fin de la Franc-Maçonnerie ? Paris. 2006.
Pedro Álvarez Lázaro. Masonería escuela de formación del ciudadano. La educación interna de los masones españoles en el último tercio del siglo XIX, Madrid, Universidad Comillas 1996 (1998, 2ª edic.)
Zeldin. Theodore.- Conversación / Madrid : Alianza.- 1999
J. Rawls.-Justicia como equidad. Tecnos, Madrid, 1986 Hemos identificado la nación como matria (vasca), el estado como patria (española) y la comunidad como fratria (europea): un paso más y nos conectamos con nuestra filia o filiación hispanoamericana. Cfr. Andrés Ortiz-Osés prólogo a Josetxo Beriain La identidad colectiva: vascos y navarros . Alegia, 1998.- Coedición con ediciones Oria/Haranburu Editor
Javier Otaola
Noviembre 2006
Vitoria
Fuente: http://www.solotxt.com/opinatio/web1/data/ascensiontejerina.htm
De Oficio, masón.
Revelaciones de una Gran Maestre.
Editorial Espejo de tinta. 2006 1.- Un nuevo libro sobre masonería: Una visión personal.
La cuestión es ¿Qué se puede decir sobre la masonería todavía hoy en este comienzo del siglo XXI después de los ríos de tinta que han corrido tanto para glorificarla como para denigrarla?Las Asociaciones masónicas – cualquiera que sea su denominación - son conservadoras de una tradición viva que se legitima no sólo, ni siquiera principalmente por su antigüedad, sino sobre todo por su vigencia como método de esclarecimiento personal y por su arraigo en la naturaleza reflexiva de los seres humanos. La identidad de la tradición masónica española que quiere representar la Gran Logia Simbólica Española (Gran Oriente Español Unido) es el equilibrio dos vocaciones complementarias.
De un lado la masonería supone un proyecto iniciático encaminado a “provocar” en cada persona – hombre o mujer - una experiencia filosófica que le lleve a un esclarecimiento personal de su propio ser y de su proyecto como ser humano, esclarecimiento al que todos los hombres y mujeres somos convocados cuando asumimos nuestra condición de seres autónomos y libres, aunque pronto descubrimos que nuestra libertad es como diría Joseba Arregui una libertad asistida por la comunidad en la que nos instalamos. De ahí que si ese esclarecimiento es genuino no puede concluir en un ejercicio solipsista de autocomplacencia puramente egoísta sino que debe, de alguna manera, comprometerse con la sociedad que nos acoge y ampara como ciudadanos, por lo que la logia se compromete también con una tarea de pensamiento orientada a trabajar por el progreso de la sociedad y en definitiva de la Humanidad en su conjunto.Ascensión Tejerina ha sido Gran Maestra de la Gran Logia Simbólica Española durante seis años, y en esta tarea ha alcanzado una madurez y una experiencia masónica que generosamente ha compartido con los que hemos estado a su lado, en un momento o en otro, y que ahora comparte con el público en general con este libro tan oportuno. Es en la actualidad miembro de la Logia sevillana Obreros de Hiram y de la Logia de Estudios Theorema. La oportunidad del libro viene dada a mi juicio por el valor mismo de la experiencia personal que Ascensión Tejerina nos relata, y cómo no, por la siempre morbosa atención que le dedican periódicamente a la masonería las diferentes versiones de TODAS las ideologías integristas y fundamentalistas.
La masonería siempre ha sido denigrada por las ideologías políticas totalitarias y por los integrismos religiosos. Tanta unanimidad no es casual, naturalmente.Sin embargo la masonería tiene buenos valedores morales e intelectuales y ha encontrado un terreno abonado y favorable en los países de larga tradición democrática como Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Francia… y muchos masones se han comprometido, tanto en el bando de la derecha como en el de la izquierda democráticas asumiendo los valores del constitucionalismo, de la monarquía-parlamentaría, del liberalismo, el socialismo-democrático, el ecologismo, el republicanismo, el civismo-radical, incluso con el anarquismo-libertario…
La Gran Logia Simbólica no es por lo tanto un baluarte integrista de la Tradición como nostalgia del pasado, ni tampoco un refugio de activistas rebotados de la vida política, sino que buscando un equilibrio en el corazón del ser humano, se coloca en el espacio de una reflexión filosófica personal, abierta, dialogada, pautada, accesible a través del simbolismo a la gente corriente, a todos, sin necesidad de una especial formación académica, y decidida a partir de esa reflexión a asumir un compromiso ético con el contexto social que a cada uno nos toca vivir. Todo ser humano por el mero hecho de serlo es un filósofo en potencia y por eso busca responder a la pregunta decisiva: ¿quién soy yo? pero, no es posible salvar nuestro “yo” solamente. Como diría el maestro Ortega y Gasset, “Yo soy yo, y mi circunstancia y sino salvo mi circunstancia no me salvo a mí mismo”.
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2.- La Gran Logia Simbólica: La Masonería que vuelve .
Ascensión Tejerina, no es casualidad, ha hecho masonería en el seno de la Gran Logia Simbólica Española. Eso significa que se ha identificado con el proyecto de esta rama de la masonería en nuestro país, que con todo el respeto para con las otras asociaciones masónicas, pretende definir un proyecto propio centrado en la recuperación de la tradición masónica española, una masonería latina, hecha por hombres y mujeres, sin dependencias foráneas pero abierta al mundo, vinculada estrechamente con otras masonerías mediterráneas desde Lisboa hasta Estambul, con vínculos de simpatía especiales con la masonería portuguesa, belga, italiana y francesa, asociada al Llamamiento de Estrasburgo (CLIPSAS) y activa en otros foros masónicos internacionales como el Foro Masónico del Mediterráneo o el Espacio Masónico Europeo. Una masonería que ha resuelto de una manera clara y decidida la vieja cuestión de la participación de la mujer, en pie de igualdad, con el varón en el seno de las Logias.
Sin presunciones y sin complejos podemos decir que la posición de la Gran Logia Simbólica Española en esta materia es, a mi juicio, modélica ya que salvaguarda la libertad de las logias y promueve una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en la permanente tarea de comprendernos mejor en nuestra común humanidad. Cuando se habla de Francmasonería se contrapone a menudo tradición y progreso, sin embargo como señala Alain Bauer, en su provocador libro se trata más bien de una complementariedad. La masonería es una sociedad de pensamiento que efectivamente se afianza en la tradición pero en la tradición comprendida como un elemento de transmisión de lo que han hecho nuestros antecesores y somos ciudadanos con determinación, activos en el mundo de hoy, participes en la evolución de la sociedad, o incluso proponiendo acciones o soluciones a los problemas que nos rodean. 3.- Masonería: Escuela de ciudadanía.
El importante trabajo de investigación desarrollado por el profesor Pedro Álvarez Lázaro (Universidad Pontificia de Comillas) señalaba como una de las señas de identidad de la tradición masónica española precisamente esta concepción de la logia como Escuela de ciudadanía. ¿Qué tiene que ver en realidad la idea de ciudadanía con el método masónico como método de construcción personal? ¿No se trata en realidad de un concepto de orden político ajeno por lo tanto a la metáfora masónica? No es en realidad la ciudadanía una bandera política entre otras, respecto de la cual la Masonería como institución no tiene más que quedar al margen? Creo que podemos descubrir con un pequeño esfuerzo hermenéutico que hay un entendimiento de la ciudadanía que emparenta este concepto con la función mediadora propia del método masónico. Hay algo en la ciudadanía tal y como venimos a proponerla, un hilo conductor que la engarza simbólicamente con el dios Hermes, dios de las encrucijadas y caminos, del diálogo y del comercio, del intercambio y la mediación. Según esta tesis la ciudadanía no es sino una simple trasposición al ámbito de la Civitas de los mismos mecanismos de comunicación y sociabilidad que rigen en el seno de la Logia.
El principio de mediación – ciudadanía, mediación y desarrollo son los conceptos básicos sobre los que ha querido trabajar Ascensión Tejerina durante todo su itinerario masónico. Esos principios forman parte de la masonería constitucionalmente y se pueden deducir de las mismas Constituciones de Anderson cuando en la sociedad fragmentada y traumatizada por los conflictos religiosos y políticos de la época propone la idea de la Logia como Centro de la Unión entre personas que de no ser por la masonería nunca se hubieran conocido, reconociéndose colectivamente en aquella religión de la buena voluntad y las buenas obras en la que todos los hombres están de acuerdo dejando para cada uno sus opiniones particulares. En ese momento Anderson está estableciendo un principio de mediación que pude proclamarse como principio general, según el cual cuando se produce una situación de desencuentro o de comunicación antagonista el principio masónico propone «ir mas allá» de los términos en los que se produce ese desencuentro o ese antagonismo y construir un nuevo marco de referencia en el que las partes puedan reconocerse. Cuando los mundos simbólicos y de sentido en presencia colisionan es preciso realizar una metáfora común que permita compartir un nuevo lenguaje, en el cual y sin perjuicio de que cada uno pueda mantener fidelidad a su viejo lenguaje se dé sin embargo la posibilidad de una acción comunicativa. Según la fórmula de Anderson esa experiencia de comunicación si se vive genuinamente tiene por sí misma capacidad para transformar a todos los que participan en la comunicación. Cuando la comunicación tiene la intensidad necesaria puede provocar un verdadero efecto de "fusión de horizontes", transformando así la prospectiva con la que cada uno de los comunicantes consideraba anteriormente su propia posición en la comunicación y por ende la de las demás partes ¿Cómo puede ser que la palabra tenga esa virtualidad? La Logia puede tener esa capacidad porque es un lugar de encuentro y encontrarnos, de verdad, con otros seres humanos es una experiencia que no nos deja indiferentes sino que está grávida de consecuencias. Puede aplicarse al encuentro en Logia y a la comunicación que puede surgir en su seno el mismo lúcido y asombrado razonamiento que le dedica Theodore Zeldin a la experiencia de la conversación como una aventura en la que juntos los seres humanos nos preparamos para hacer del mundo un lugar menos amargo: «La cosa parece imposible en tanto que creemos que el mundo está gobernado por fuerzas económicas y políticas irresistibles, que los seres humanos no somos en última instancia sino animales, que la historia no es más que una larga lucha por la supervivencia y supremacía. Si todo fuera así, no podríamos cambiar gran cosa pero yo veo el mundo de otra forma; para mí, está constituido de individuos en busca de un compañero, de un amante, de un gurú, de un dios. Los sucesos más importantes, aquellos que cambian la vida, son los encuentros entre los individuos. Algunos se decepcionan, renuncian a buscar y, se vuelven cínicos. Pero otros continúan su búsqueda de nuevos encuentros».
La ciudadanía democrática, como la ciencia, como el derecho, la técnica, y hasta el erotismo, la gastronomía y la buena educación pretenden ir más allá de lo natural y suponen un esfuerzo permanente de cuidado. En definitiva son como casi todo lo humano UNA CONSTRUCCIÓN. La democracia misma es artificial y se contrapone al estado de naturaleza que impone la fuerza bruta. Es un arte, es decir, un artificio que pretende introducir racionalidad allá donde no hay sino materia bruta, intereses en conflicto, egoísmos sin límite. Aunque al día de hoy sabemos que la mejor racionalidad es aquella que tiene en cuenta la acción de los factores irracionales, pero no para rendirse ante ellos, sino para dominarlos.
Hoy entendemos que no podemos ser sólo ciudadanos del mundo, lo que nos convertiría en una nube flotando en el vacío; las fuentes de nuestro yo manan de un aquí y un ahora del que no podemos escapar, pero no es pensable tampoco una sola ciudadanía del aquí que pueda quedar reducida a los límites de mi tribu cuando cada uno de nosotros es ya hoy en día un mosaico de referencias culturales y nuestros intereses se juegan en los cuatro puntos cardinales.
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La genialidad de la ciudadanía consiste en pretender un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la/s comunidad/es sobre la/s que se funda, sino que va más allá: pretende establecer un poder público al servicio de los ciudadanos individualmente considerados y en su condición de tales, y no tanto en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa. Conforme a ese propósito, el propósito de lo político no es por lo tanto la exaltación de ninguna esencia colectiva, sino, partiendo de nuestras circunstancias colectivas, construir material y moralmente una forma de convivencia en la que sean posibles las mayores cotas de libertad, en un marco de igualdad y solidaridad. En el ámbito de la Civitas las cosas no se plantean desde luego de la misma manera que en la Logia, los desacuerdos y antagonismos tienen una magnitud y una intensidad muy diferente, la sociabilidad política no es un pacto espontáneo y libremente escogido sino que es una circunstancia vital que nos viene impuesta, pero aún así y más allá de todas esas diferencias hay una trasposición posible entre la acción comunicativa en el seno de la Logia y esa misma acción en el ámbito de la sociedad política. Esa trasposición tiene por mi parte un carácter especulativo, pero explica por otro lado la histórica vinculación de la Masonería en todos los países latinos con el concepto de ciudadanía y da a esa explicación un sentido también simbólico.
La ciudadanía tiene, no es otra cosa, que la propuesta de la ciudadanía como marco de relación exclusivo en todo lo referente a la organización del poder político y hacer así de la amistad civil ( John Rawls ) que nace de esa conciudadanía el lazo de fraternidad que sostiene la libertad y la igualdad.
La ciudadanía es la voluntad de construir un lenguaje en el cual nos podamos entender políticamente, supone la necesidad de separar el lenguaje político de los otros, supone el esfuerzo de definir antes de empezar a hablar de un marco de diálogo para todos. Entre nosotros siempre se ha identificado el laicismo con una posición clásica de anticlericalismo y fobia a «lo sagrado» quizá por el enorme peso social y político que las posiciones clericales y teocráticas han tenido en nuestra historia, pero llegado este tiempo «post-moderno» entiendo que es preciso recuperar el sentido primigenio del laicismo como regla convivencial, depurándolo de connotaciones doctrinarias legítimas pero conceptualmente ajenas al mismo, en línea con lo que dice Salvador Pániker: «La idea de un mundo profano, de un cosmos desacralizado, "desmusicalizado", es un invento reciente –e ilusorio- del espíritu humano; es el gran equívoco de la tan traída y llevada modernidad. Bien está que el aparato estatal se haga laico, que se genere una ética civil y que la enseñanza se emancipe de las iglesias. Pero eso en nada tiene que ver con el supuesto "desencantamiento" del mundo (...). Es precisamente el logos, y no el mito, el que nos devuelve a una realidad infinitamente misteriosa, velada, terrible y fascinante».
El concepto de ciudadanía como idea política y constitucional y su correspondiente denominación laicismo para señalar al partidario de la ciudadanía tiene efectivamente su origen en Francia, y en algunas de sus formulaciones está muy condicionado por su origen francés, por sus antecedentes históricos con más o menos fundamento enraizados en la Revolución Francesa, por su desarrollo en el marco del debate entre clericales y anticlericales en el contexto político del siglo XIX bajo la constitución de la III República.
Esta connotación tan francesa no afecta a mi juicio al núcleo esencial de la idea de la que pueden encontrarse ecos otras tradiciones jurídicas o en el famoso debate entre liberales y comunitaristas protagonizado por autores como Rawls y su famosa «posición original» y sus críticos Sandel, Maclntyre. Sólo los aspectos más adjetivos del debate pueden reducirse al escenario francés, aspectos del concepto en los que muchas veces se contunden cosas muy dispares haciendo de él algo heteróclito e inútil y además difícil de proyectar al marco del derecho y de las instituciones de la Unión Europea. Creo por ello que es imprescindible rescatar el núcleo eficiente de ciudadanía, aquello que lo hace valioso y nos permite reconsiderar los fundamentos de todo lo político liberándolo de aquellas adherencias que perjudican la claridad conceptual del mismo.
A mi juicio la verdadera virtualidad de la ciudadanía no se reduce a un debate entre clericales y anticlericales (debate por otro lado siempre interesante) sino que consiste en algo mucho más valioso y de más calado político, a saber: pretender un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la comunidad sobre la que se funda, para llegar así a establecer un poder público al servicio de los ciudadanos personalmente considerados y en su condición de tales y no tanto en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa. Conforme a ese propósito, el centro y fundamento de lo político, no es por lo tanto ninguna esencia colectiva, ni el «ius sanguinis», ni la adhesión a una fe revelada por muy verdadera que ésta sea, ni por supuesto la gloria de una dinastía o la hegemonía de una etnia sino la realización material y moral de un ideal de convivencia: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La cuestión a tratar es, partiendo del reconocimiento de la consustancialidad comunitaria del individuo cómo dar a la comunidad lo que es suyo salvando al mismo tiempo el proyecto de un poder societario que garantice la autonomía del individuo no sólo frente al poder político mismo sino incluso frente a los requerimientos posesivos de su propia comunidad. La racionalidad de la ciudadanía es, de un lado, conforme a una racionalidad teleológica práctica, y viene a considerar que la finalidad del poder político es esencialmente arbitral, dirigida a permitir la búsqueda de la felicidad personal conforme al derecho de cada uno a seguir sus propias luces en la medida en que la consecuencia de esa búsqueda no haga imposible la búsqueda de los demás y conforme al propósito de mantener la paz entre los hombres (Hobbes, Rousseau...) considera que la mejor posición para poder realizar esa función es precisamente la de neutralidad respecto de aquellas cuestiones que no sean estrictamente necesarias para la ordenación de la vida de los individuos y para la prosperidad de la "civitas".
La ciudadanía como alternativa puramente política es en esencia una regla de procedimiento pero también se conecta con valores de reconocimiento por cuanto que no puede entenderse una política de libertad sin valores, pero esos valores que le son propios tienen también un carácter regulativo.
La ciudadanía exige la existencia de un marco axiológico común, no conclusivo, pero de la máxima importancia prescriptiva, precisamente por su carácter de mínimo. La democracia no es simplemente un régimen político de mayorías, la Res Pública, lo que en Francia viene a llamarse el pacto republicano, y en España el pacto constitucional, no viene definido simplemente por la regla de las mayorías, aunque es evidente la importancia de esa regla, pero como dice Yves Roucaute en su libro La República contra la Democracia también las mayorías pueden asesinar el régimen de libertades.
La ciudadanía se trata de un concepto de carácter formal y regulativo, atinente, de un lado al modo de organizar y entender de una manera independiente las relaciones entre las instituciones políticas y las diferentes pertenencias individuales, no sólo religiosas, sino también étnicas y comunitarias, así como respecto de cualquier otra estructura de poder espiritual, comunidad exclusivamente civil, es decir ciudadano, en torno a los derechos y deberes que garantizan nuestra autonomía como individuos en nuestra relación con el poder político, cualquiera que sean nuestras otras identidades. En cierto modo la ciudadanía es un lenguaje artificioso porque es fruto de un esfuerzo de consideración lo más separada posible de la esfera de lo político respecto de las demás esteras de lo colectivo, pero también el pensamiento científico, el derecho, o la civilización son en última instancia artificiosidades para hacer mejor y más humana la vida.
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4.- La mujer constructora junto con el hombre.
La Gran Maestría de Ascensión Tejerina ha sido simbólica pero también funcionalmente una evidente reivindicación del valor “constructivo” de la mujer en pie de igualdad con el varón, y también un ejercicio de igualdad práctica. No podía ser de otro modo. El pasado siglo XX ha sido el campo de batalla de conflictos ideológicos apocalípticos. Entre 1914 y 1989 se han desecho imperios europeos, se han desmontado los imperios coloniales, ha habido dos grandes guerras mundiales además de muchas otras locales y regionales, se han levantado y se han derrumbado utopías totalitarias de derecha y de izquierda… de todos esos conflictos y confrontaciones, de esas luchas y sufrimientos destacan algunos logros, en el terreno de la acción política quizá el logro más importante ha sido la invención de la “seguridad social” es decir la implantación en nuestra conciencia colectiva y política el principio a la vez teórico y práctico según el cual no podemos desentendernos del infortunio de los demás sino que debemos articular mecanismos de solidaridad para paliar las situaciones de fragilidad por la que en un momento o en otro tenemos que pasar: enfermedad, vejes, invalidez… En el terreno de las ideas, la única gran idea de transformación que se ha consolidado en medio de tantas mutaciones y cambios es la de la causa de la mujer. Hoy sabemos que lo masculino-femenino, es una cuestión esencial que afecta al nervio mismo de la vida, no sólo de la vida pública sino también de la vida privada y particular de cada uno de nosotros, que es en definitiva la vida verdadera: nuestra biografía. Es una cuestión en la que nos jugamos nuestra felicidad mas personal e íntima. La mujer y el varón no son algo natural, como la hembra y el macho. Lo natural en el hombre es precisamente el artificio, la elaboración simbólica, la imaginería. El ideal femenino es una construcción que se ha ido haciendo con diversos materiales; empezando por la tradición judeo-cristiana que equiparaba a la mujer con una posesión del varón: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo". (Exodo 20.17). La aportación helenística y romana no cambia este papel subordinado de la mujer, que posteriormente en la Edad Media se realzó; gracias a la tradición literaria provenzal juglaresca, que llega hasta el romanticismo y que hace de la mujer algo ideal, que la eleva sobre una peana de admiración, pero que paradógicamente no se corresponde con una verdadera emancipación social y con el reconocimiento de una autonomía personal quedando reducida su actividad a la esfera de lo privado.
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Los movimientos emancipadores de principios del XX encabezados por las sufragistas han dado paso a un complejo movimiento intelectual y moral que ha ido transformando nuestra sociedad y se ha ido fraguando a lo largo de todo el siglo (feminismo de la igualdad, feminismo de la diferencia, feminismo liberal y feminismo radical, promoción de la mujer en el mundo laboral, compatibilidad entre vida familiar y laboral, lucha contra la exclavitud sexual y trata de blancas...) y que ha tenido incluso su versión eclesiástica con la histórica decisión de la Iglesia de Inglaterra y de la Comunión Anglicana de dar paso a la mujer al sacerdocio e incluso al episcopado abriendo así el “sancta sanctorum” de lo sagrado a la presencia eficiente de la mujer en pie de igualdad con el varón. Leyendo el libro de Cristina Alberdi y Lucía Méndez El poder es cosa de hombres ( 2.101) y siguiendo su peripecia ideológica y personal se me hace evidente que la mejor herencia moral y política del siglo XX es precisamente la que se refiere a lo que Cristina Alberdi llama precisamente la Causa de la mujer. Todos los progresos y cambios en el terreno de la igualdad varón y mujer están implicados en las grandes cuestiones de nuestro tiempo. No es casualidad que los niveles de igualdad y emancipación de las mujeres sean mas altos precisamente en aquellos países y sistemas políticos en que son también mas altas las cotas de libertad institucionalizada. La importancia y la gravedad de la causa de la mujer nace de que está indisolublemente unida a la causa misma del ser humano, La condición estereofónica de la persona humana en su doble vertiente masculina y femenina hace que la causa de la mujer sea también y al mismo tiempo la causa del ser humano en su totalidad. No puede haber progreso social y político general si no hay simultáneamente un progreso en las cotas de autonomía de la mujer como persona. Desde 1789 la idea de ciudadanía ha irrumpido en el pensamiento político como una idea fuerza que pretende el ideal kantiano, nunca formulado hasta ese momento: garantizar en la medida posible en cada momento, la mayor cota de autonomía personal, de tal modo que cada uno de nosotros sea fin y no medio, sujeto de su propia vida y no un mero objeto en la vida de otros. Pero no ha sido sino muy recientemente, todavía en el siglo XX, después de al segunda guerra mundial, que se extendieron a las mujeres, en Europa, los plenos derechos de la ciudadanía. La pretensión de autonomía kantiana e ilustrada es lo suficientemente utópica como para no quedar nunca satisfecha. Sabemos hoy que no podemos ser optimistas del mismo modo que lo fue Kant. Hemos presenciado desde el s.XVIII hasta este recién estrenado s XXI cosas demasiado terribles como para ignorar la existencia de fuerzas oscuras e irracionales que se agitan en nuestra conciencia de seres humanos y también en la conciencia de los pueblos. Fuerzas que tenemos que entender e integrar de alguna manera. Hoy somos optimistas “avisados” y ya se sabe que hombre y mujer avisados valen por dos. Nuestra confianza en la fuerza y la legitimidad de la causa de la mujer nace de un optimismo documentado que no se deja confundir simplemente por sus deseos, ni por la superficialidad de lo políticamente correcto, pero no por eso ceja en su empeño de trabajar por un futuro de mayor libertad y cooperación entre los seres humanos y los pueblos, en el que el varón y la mujer se entiendan mutuamente en pie de igualdad respetando y amando sus diferencias.
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5.- El futuro de la Escuadra y el Compás.
La Logia y el método masónico con sus rituales, sus compromisos de reserva y privacidad, su pacto de tolerancia... todo lo que constituye la peculiaridad de la sociabilidad masónica está orientado a crear un lugar de encuentro propicio entre personas que de no ser por la masonería se hubieran ignorado, personas que no son en realidad espontáneamente afines, que no participan necesariamente de una misma visión de la vida, ni de una religión común o de un compromiso político idéntico, quizá tampoco tengan una común identidad generacional o social, y sin embargo esas personas llegan a tratarse con confianza y a escucharse con respeto. No se trata de un simple lugar físico, aunque el encuentro se escenifique regularmente en el lugar donde radica la Logia, el espacio de encuentro que la Logia representa es un lugar moral que tiende a reproducirse en la vida de cada uno de nosotros como un marco de relación siempre posible, como un hábito mental que nos lleva a actuar en clave de fratria, ensayando siempre que nos es posible el mismo método de comunicación cooperativa. ¿Cuál es la fórmula para que eso sea posible y no termine necesariamente en un galimatías? (aunque a veces puede terminar así). Ahí entra en acción el principio masónico: Dada una situación en términos de comunicación antagónica o de desencuentro sólo cabe reconstruir la comunicación y hacer posible un reencuentro sin excluir a ninguna de las partes si es posible crear un metalenguaje que se coloque más allá de los términos dados. Ese lenguaje es precisamente el lenguaje simbólico de la construcción. Creo que a la vista del mundo que nos rodea, de sus problemas y contradicciones, a la vista de la ineludible necesidad que hoy como siempre tienen los seres humanos de preguntarse sobre su ser, la validez de un espacio como la logia y el esfuerzo por mantener viva una tradición como la masonería sigue siendo, hoy tan útil y valiosa como lo fue en 1717. Creo que el libro de Ascensión Tejerina así lo acredita. Javier Otaola.
Bibliografía citada
Lera, Ángel María. De; La masonería que vuelve / Editor: Barcelona : Planeta, [1980] Con esta obra se dio a conocer de una manera pública el regreso de la masonería a España después de la tragedia de la Guerra Civil y el exilio.
Alain Bauer.- Le Crépuscule des frères: La fin de la Franc-Maçonnerie ? Paris. 2006.
Pedro Álvarez Lázaro. Masonería escuela de formación del ciudadano. La educación interna de los masones españoles en el último tercio del siglo XIX, Madrid, Universidad Comillas 1996 (1998, 2ª edic.)
Zeldin. Theodore.- Conversación / Madrid : Alianza.- 1999
J. Rawls.-Justicia como equidad. Tecnos, Madrid, 1986 Hemos identificado la nación como matria (vasca), el estado como patria (española) y la comunidad como fratria (europea): un paso más y nos conectamos con nuestra filia o filiación hispanoamericana. Cfr. Andrés Ortiz-Osés prólogo a Josetxo Beriain La identidad colectiva: vascos y navarros . Alegia, 1998.- Coedición con ediciones Oria/Haranburu Editor
Javier Otaola
Noviembre 2006
Vitoria
Fuente: http://www.solotxt.com/opinatio/web1/data/ascensiontejerina.htm
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