24 mayo, 2007

Los masones y el culto a la palabra

Kintto Lucas

Miércoles, 23 de mayo de 2007


UNO

Las palabras son, a veces, como imágenes escondidas en la memoria. La memoria es como un laberinto por donde caminan los recuerdos. Los recuerdos como las palabras, pueden tener la libertad de los escritores o estar presos en ese laberinto de la memoria

Hay palabras que se pierden en el camino, hay palabras marcadas por la pasión o el miedo, hay palabras cubiertas de dolor, hay palabras llenas de vida, hay palabras inmemoriales y recién nacidas, hay palabras eternas y fugaces

Pero las palabras, sean eternas o fugaces, nos sirven para construir el mundo que queremos o el mundo que no queremos. De los encontronazos con la realidad que queremos y con la realidad que no queremos nacieron, y nacen, palabras que en el instante de su alumbramiento, son parte palpitante de la historia, se hacen síntesis prestigiosa de ideales y pasiones. La palabra revolución, por ejemplo, con el andar de los siglos se fue ahuecando, envileciendo, entrampando en su propio laberinto.

Pero hay otras palabras que también fueron exiliadas por muchos, sobre todo por quienes las defendieron arduamente en otras épocas. Una de ellas es la palabra utopía. Al decir de Mario Vargas Llosa, "las utopías sociales son apocalíptica".

En realidad yo hace tiempo que me olvidé de las utopías: en este mundo solo existen realidades sociales, políticas y económicas; realidades que nos muestran que este planeta viene caminando mal y va para peor; realidades que nos dicen que la miseria, el asesinato de niños de la calle, la agresión al medio ambiente, las guerras absurdas, no son un cuento. Realidades que solo pueden ser cambiadas por otras realidades, no por utopías. Además, la utopía más grande que existe, ha venido fracasando reiteradamente desde hace siglos. Esa utopía también es denominada por otra palabra vieja y caduca: capitalismo. Un sistema que engendra modelos como el neoliberalismo que ayuda a su perpetuación pero aporta también en su autodestrucción. Un sistema que pasa del jolgorio a la quiebra. Un sistema que transforma a los seres humanos en caníbales. Un sistema con esas características (y otritas tan malas como esas) es lógico que no pueda, ni deba, sobrevivir. Un sistema como ese es, sin lugar a dudas, una utopía apocalíptica como dice Vargas Llosa. Parece que en algo coincidimos... ¿o será solo un juego de palabras?

Otras palabras en cambio han ido transformando su contenido en mil significados. La palabra Templo, por ejemplo. Según el Diccionario de la Lengua Española es un lugar real o imaginario en que se rinde o se supone rendir culto al saber y a la justicia. Si recurrimos a Pitágoras podríamos decir que el silencio es la primera piedra del templo de la filosofía. Eduardo Galeano en cambio describe al Centro Comercial como el templo donde se celebran las misas del consumo, un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.

Desde que Jesús expulso a los mercaderes del templo, esa palabra puede asumir su significado de acuerdo a quién la utilice, a qué quiera nombrar con ella. Pero la palabra templo, como la palabra revolución, como la palabra utopía, son, o mejor dicho deberían ser, la representación de la construcción de un mundo más equitativo, más solidario, más igual.

Para los masones la construcción de ese gran templo social que debe ser universal, que debe ser colectivo, es, o mejor dicho debería ser, una opción de vida que va unida a la construcción del templo interior como individuos. Ser un colectivo más justo (regido por la libertad, la igualdad y la fraternidad) implica ser individuos más justos. Construir un templo externo de justicia, implica construir un templo de justicia al interior nuestro.

DOS

En la masonería el templo es una metáfora del mundo que debería ser. Los primeros indicios de la existencia de la masonería se remontan al siglo XIII, época en que algunos albañiles o masones comenzaban a independizar sus gremios de la tutela religiosa. Los nuevos gremios se encargaban de la construcción de las catedrales y los castillos. Para descansar se reunían en chozas o talleres en donde a su vez llevaban a cabo sus juntas y reuniones. Como era común en esos años, los gremios adoptaron ceremonias y rigurosos procesos de admisión y selección para proteger sus técnicas y conocimientos de albañilería y construcción. Asimismo, los conocimientos eran impartidos de acuerdo a su jerarquía en las obras: maestro, compañero o aprendiz. Dado que eran constructores, recurrían frecuentemente al único pasaje bíblico que detalla un proceso de construcción: la construcción del templo de Salomón. Y es así que el templo masónico está basado en el diseño geométrico del templo de Jerusalén (o de Salomón) y, según algunos historiadores masónicos, el arquitecto que dirigió las obras de dicho templo, el maestro Hiram, es considerado como uno de los míticos fundadores de la Masonería.

En el templo se reúne el taller o logia, que es la representación del colectivo de masones trabajando en armonía. Pero la historia de la palabra logia, también va unida a la historia de la propia masonería cuyo origen real se ubica en la Edad Media cuando, después de la caída del imperio romano, la Iglesia Católica, interesada en su esplendor, se dedicó a la construcción de abadías, catedrales y templos y, por otro lado, los príncipes y señores feudales, para demostrar su poder, construyeron sus Palacios y Castillos.

Para realizar estas obras era preciso e indispensable contar con mano de obra especializada en las áreas de la arquitectura, la construcción y la elaboración de materiales, especialmente, la piedra.

Estos profesionales de la construcción, al igual que los profesionales y artesanos de otras ocupaciones, se agruparon en verdaderas cofradías para su defensa y protección profesional, una especie de sindicatos denominados guildas.

La sede de las guilda de constructores, albañiles o masones, casi nunca estaba en la ciudad. El lugar de su trabajo estaba, generalmente, lejos de la ciudad, en el sitio donde construían los edificios, los castillos, las abadías, etc.

Es por ello que crearon el concepto de la logia o taller, una gran cabaña o pequeño edificio construido anexo o cerca del lugar de construcción donde vivían, se reunían, guardaban sus herramientas de trabajo, sus textos y planos y enseñaban a los “aprendices”.

Los aprendices eran iniciados y avanzados en su profesión por maestros, que demostraban su conocimiento en ceremonias especiales. La logia era una instancia colectiva de unidad.

Hacia fines de la Edad Media, los gremios estaban a punto de desaparecer tras la entrada del estilo renacentista que los había sacado del mercado. Con la decadencia del feudalismo y la paulatina pérdida del poder de la Iglesia Católica y su división, la creación del concepto de ciudades libres y los estudios académicos en las universidades que comenzaban a crearse y, más adelante, ya en la edad moderna, con la decisión del rey de Inglaterra de reconstruir Londres después del incendio de 1666 que destruyó tres cuartos de la ciudad, con ladrillos en vez de piedra, material del cual los masones desconocían su aplicación y trabajo, el enciclopedismo y el Iluminismo, las logias operativas comenzaron a perder su fuerza y, para mantenerse, permitieron el ingreso a sus filas a personas que no tenían ningún conocimiento de la profesión de masones o albañiles de la construcción, como miembros de la nobleza, profesiones libres, comerciantes e intelectuales. Estos miembros, que no conocían y no trabajaban la piedra fueron denominados "aceptados" y con ello se creó una nueva forma y estilo de masonería denominada “especulativa”. Durante esta época de transición, cada logia era independiente en su actuación y forma de operar.

Hacia comienzos del siglo XVIII ya prácticamente no existían logias operativas, eran todas especulativas y las herramientas prácticas de trabajo, ya se habían convertido en herramientas simbólicas.

Sin embargo, mantenían el sistema del secreto profesional con el fin de identificarse mutuamente. Seguían funcionando en recintos especiales llamados templos, ya no en los lugares de construcción, sino en los centros urbanos y predicaban y cumplían un estricto sistema ético de comportamiento.

Hoy la logia es la célula primaria de la Orden Masónica, es una instancia colectiva de unidad en la diversidad. Una instancia fraterna de iguales, en la que se reflexiona y trabaja para construir el gran templo social.

TRES

Para los masones el uso de la palabra es un hecho de trascendencia, la palabra no solo es respetada sino venerada. Cuando comienzan los Trabajos y el Venerable Maestro declara: "Silencio en logia mis hermanos”, es la obligación de cada masón mantener el silencio hasta que, con la autorización correspondiente, se le otorgue el uso de la palabra.

Este riguroso sistema que tiene por finalidad acostumbrar al masón a reflexionar antes de hacer uso de la palabra y, al mismo tiempo, acostumbrarlo a que cuando tiene la palabra debe ser preciso en expresar lo que quiere decir, porque probablemente ya no tendrá oportunidad de replicar nuevamente sobre el tema en cuestión, está basado en el principio de que la palabra es un eje de unidad, elemento fundamental en la construcción del templo social y en la construcción de un mundo más igual, o sea mejor.

Este sistema permite y obliga a los masones a escuchar con paciencia y tolerancia a quien tiene el uso de la palabra y así asegurar mejor la comprensión de lo que dice, elemento importante para evitar que se pueda tergiversar una idea. Pero obliga además a no cometer el error de desperdiciar la palabra, y a no faltar a la palabra, que es como decir que no se puede faltar a los principios ni traicionar su propia palabra.

Este sistema, al que recién ingresa a la masonería le puede parecer extraño y hasta superfluo, pero enseña al masón a ser más tolerante. El masón aprende a escuchar, a ser más preciso en sus términos, actitudes que, con la práctica dentro de los muros del templo, se espera que finalmente la aplique en su vida cotidiana. El masón, como individuo, debe actuar en la sociedad a que pertenece fuera de los límites del templo defendiendo sus propios principios e ideas, pero siempre practicando los principios éticos masónicos.

El esquema general de la Logia masónica, es una verdadera imagen simbólica del mundo. Procediendo de una tradición de constructores, no debe resultar extraño que la masonería cumpla con la función de arca receptora, pues precisamente la construcción o edificación no tiene otra función que la de poner "a cubierto" o "al abrigo" de la intemperie o inclemencia del tiempo; pero, análogamente, cuando la construcción se entiende como algo sagrado, como en el caso de la masonería, ésta debe proteger espiritualmente a cada uno de sus miembros. En ese caso el templo y la logia son una especie de abrigo que separa al masón de las debilidades profanas.

El templo masónico es un conjunto de equilibrios, módulos y formas armoniosas (que por reflejar la belleza de la inteligencia se constituye en "resplandor de lo verdadero", como diría Platón) se genera a partir de un punto central, el ara cuya presencia es omnipresente en todo el templo. Este punto central no es otro que el "nudo vital" que cohesiona el edificio entero, y donde confluye y se expande, como si de una respiración se tratara, toda la estructura del mismo. Todo el cosmos, porque el templo masónico es además una representación del cosmos.

CUATRO

Ernesto Sábato dijo cierta vez que “la vida es una novela que se escribe en borrador y no se puede corregir”. Gonzalo de Freitas, un querido amigo que se marchó, y de los grandes periodistas uruguayos, le agregó: “No se puede corregir pero se puede releer”.

Si releyéramos los últimos treinta años de América Latina, veríamos que Sábato tenía razón: no se ha corregido nada. Es el paisaje de la miseria asimilado como fatalidad ajena. La indiferencia y el acomodo hicieron que ahora la pobreza sea natural. Algo anda muy mal cuando tomamos este tipo de cosas como naturales. Nos fuimos sumergiendo moralmente sin percibir la caída: lento descenso hacia la indiferencia ética, paulatino deterioro de defensas y reacciones, gradual confusión entre conveniencias y lo que puede sanamente admitirse. La derrota transformó a muchos latinoamericanos en seres ambiguos, fariseos, con la hipocresía de seres forzados a convivir con sus guardianes.

Entonces todo es natural. Es natural que se desaparezcan miles de latinoamericanos y no se castigue a los culpables. Es natural que en la Avenida de La Prensa un señor de 80 años se caiga, llore de dolor porque no puede caminar y nadie se digne en ayudarlo. Es natural que el busero maltrate a los pasajeros, los lleve como ganado y nadie se preocupe. Es natural que el automovilista pase con la luz roja y ni se importe si hay un peatón esperando en la esquina. Es natural que algunos políticos digan hoy una cosa y mañana no la cumplan. Es natural que un niño pida limosna y se le diga “ya no molestes”, total son tantos. Es natural que se talen los árboles indiscriminadamente. Es natural que el pobrerío muera de hambre. Es natural que el ratero vaya preso y el ladrón de guante blanco prospere. Es natural que los jóvenes deban esperar. Es natural pagar una coima para hacer un trámite. Todo es natural, pero nada es natural. No nos dejemos llevar por la indiferencia. Llevemos la fraternidad y la solidaridad de la logia a cada lugar, contagiemos con la voluntad del taller a cada ser humano y construyamos el templo social en cada acción.

kintto@yahoo.com



Fuente:
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/8256535.asp